Un corazón anhelante está lleno de espacio. Hace hueco por defecto y deja claro que aún hay sitio al fondo, aunque en realidad está profundamente deshabitado. Un corazón anhelante ha podido ser abandonado hace millones de años y aún seguir sintiendo que hace segundos se quedó solo. El corazón anhelante tiene muchos nombres a los que responde sin reticencias. El triste, el abandonado, el raro, el ocioso, el vagabundo, el extravagante, el vago. Pero de todos los nombres con ninguno se identifica. Porque el corazón anhelante fue bautizado por las circunstancias y él ya no quiere saber nada de ellas. Pasa por su lado sin rozarlas y las mira por encima como verdaderas desconocidas . Pero lo cierto es que el corazón anhelante guarda entre la piel, en una oquedad casi imperceptible, en un espacio mínimo, un recuerdo ágil que se escapa como las sardinas entre las manos mojadas. Recuerda cómo era antes de ser llamado. Le gusta y ríe. Van llegando al principio nombres destartalados. El pirado, el saltimbanqui, el funambulista . Poco a poco otros nombres se dejan caer con firmeza hasta que llega uno que apunta , dispara y lo deja muerto. Allí, tendido sin latido y sin nombre.
