Las cuerdas de la ropa son los objetos más insólitos de todos los conocidos hasta el momento. Podrán ser reemplazadas por otros tecnológicos en un futuro próximo, pero hoy, no hay discusión posible.
Hay días raros en los que se despiertan tensas, con una extraña sensación de vacío existencial que termina por aflojarlas en las primeras horas de la mañana. Otros, sin embargo, amanecen relajadas y sin ganas de nada. Pocas son las veces que despiertan sin deseos de sonar, porque eso es en realidad su anhelo frustrado, sonar. Ellas admiran los violines y hay uno en particular del que andan colgadas desde viven en el patio de vecinos de esta comunidad.
Del séptimo piso sale cada mañana un melodioso brinco de violín de un joven intérprete. El chico no perdona su práctica diaria antes de que los vecinos nos pongamos en marcha. Parece que desde que inició sus clases de violín todos comenzamos la mañana de mejor humor.
Las cuerdas se esfuerzan por reproducir con exactitud la partitura pero nunca han sido capaces de arrancar a sus desplazamientos de ida y vuelta más que un chirrido afilado que, en ocasiones, se confunde con los maullidos de la pareja de gatos persa de la anciana del segundo. Cansadas de anhelar, han urdido un magnífico plan.
Hoy el día comenzó con un maravilloso concierto para violín en Re mayor de Beethoven. Todos hemos corrido a las ventanas y cual ha sido nuestra sorpresa al contemplar cómo la ropa tendida se deslizaba de balcón a balcón mientras de cada movimiento nacía una nota distinta, profundamente delicada. Bajo la ropa agitada por el aire en movimiento, todos los allí presentes pudimos comprobar cómo las cuerdas del violín del joven intérprete asomaban juguetonas en sus vaivenes.
Del séptimo piso llega el lamento del violín que incapaz de hacer música con sus nuevas cuerdas de PVC ha decidido guardar silencio.
