Pantone

Según un estudio de la Universidad de Cambridge, el 100% de las personas enamoradas experimentan variaciones de color en su piel, llegando a observarse casos severos en los que la pigmentación llega a ser rica en matices : de un color verde intenso a un verde agua, pasando por toda la gama de azules . Se han registrado  casos en los que el paso del color blanco al negro se da en pocas horas desde que el individuo experimenta ese sentimiento. 

Así  me quedé yo cuando llegó a mi mano esa revista pseudocientífica, mientras esperaba en la consulta del dentista. Siempre que hago tiempo en las salitas disfruto sobremanera haciendo uso de lecturas de prensa gratuitas. Me hace sentir que ese pequeño plus de gratuidad abarata el precio de los tratamientos. Y eso, creo, que no solo lo siento yo porque no es fácil hacerse con el ejemplar  menos leído sin que una mano  osada siempre se anticipe a su captura.

Me concentré en la noticia y no pude evitar comprobar el estado de la tez de los allí presentes. Lo que en principio me había pasado inadvertido se transformó en una irritante curiosidad. Primero me detuve en la cara de la señora octogenaria de enfrente, que claramente presentaba un color cetrino más próximo a la muerte que al enamoramiento. Aunque según el estudio , la intensidad amorosa incrementaba la tonalidad hasta alcanzar matices no registrados en la naturaleza. Me quedó la duda de si aquella anciana tan serena bullía por dentro como una olla a presión.

A su lado y con aire despistado esperaba  un hombre de edad incierta ( hay individuos a los que no logro datar, bien sea por mi  falta de habilidad en la catalogación o porque se resisten a ser etiquetados jugando al despiste) Dejaba ver poca piel tras una barba poblada y cuidadosamente  recortada emulando  a los fornidos troyanos de 300, pero aquellas parcela visible de piel bajo los pómulos delataban, según el estudio, un pésimo estado sentimental. Si la piel se mostraba  folclórica, es decir si pequeños círculos de color rojo intenso asomaban sobre una base de un blanco alarmante era síntoma inequívoco de que el corazón había sufrido hasta la extenuación. Entonces comprendí el estado lamentable de aquel individuo que no había dejado de majasearse impúdicamente el pectoral, a la altura del corazón.

No hay duda de que aquel estudioso de Cambridge en materia sentimental me  ha dotado de útiles herramientas de identificación rutinaria pero dudo demasiado de que me haya facilitado la vida. Soy una persona con claras tendencias obsesivas y  profundamente  perseverante y mis objetivos vitales suelen concretarse de la noche a la mañana y desplazar a las acciones más cotidianas. Además de instalar en mí una inexplicable determinación en la toma de decisiones :

Abandoné a mi mujer al regreso de mi cita con el dentista. Era inadmisible el color rosáceo , casi cárdeno de sus pómulos. Cuando me despedí de ella horas antes estaba grisácea, también fría como en los últimos años de casados. Me volví loco buscando por todos los rincones de la casa a algún amante  responsable de su irresistible tonalidad, y aunque no había rastro de él le pedí que por favor, se fuera con esa tez vivísima a otra parte.

Hoy ya apenas recuerdo la equivalencia entre el tono y el estado del corazón porque hace muchos años que dejé de poner en práctica mis conocimientos en esa materia, pero lo que es indiscutible  es que llevo ya unas semanas que cuando voy a comprar al nuevo Despacho de pan y veo salir de la trastienda a esa chica latina de ojos negros infinitos, no puedo evitar desplazar la mirada. Doy entonces con el espejo que hay detrás del mostrador y descubro que mi piel, lejos de haber perdido el color, muestra la versión más roja y acalorada que  haya experimentado en mi vida.

Sin duda, aquel estudio de Cambridge podía haber reducido a solo un par de colores la identificación del estado del alma. Blanco para un corazón sereno  y rojo para el enamorado.

Ilustración de Elizabeth Rodríguez Checa

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