Sus ojos danzaban al ritmo frenético de sus labios. A cada mordisco que daban, las pestañas se esparcían como locas por sus mejillas. Parecía que querían darse a la fuga sobre sus pómulos y morir, heridas de amor, sobre ellas. Mientras tanto, sus orejas permanecían atentas a la caída ¡Zas! El golpe seco agitó la hebrilla de su flequillo lacio y sobre él fueron a dar de bruces dos aturdidos párpados que tras el golpe habían perdido la memoria. Quisieron entonces guarecerse bajo su mentón redondo y chato sin saber que en ese lugar nadie los quería.
