Mujeres

A las mujeres hay que quererlas,

a todas,

incluso a las que han olvidado fantasear

o roncan al oído,

hasta a aquellas que ríen cuando se les da una mala noticia.

A las mujeres hay que envolverlas en el pecho y decirles a media voz

que son imprescindibles.

Que el suelo está mojado porque a ellas está llegando el mar, 

y les está rozando los dedos de los pies

aunque algunas, no lo sientan. 

Por ahora.

Que para ellas está reservada la acera más grande 

y que los turistas vienen de lejos para contemplarlas. 

A las mujeres, a todas, les sobra belleza

y a algunas les falta un arco para encajar la flecha 

y soltar hasta hacer diana en el esternón de quien no las mece. 

A las mujeres llega la correspondencia, 

las facturas de la luz, el cable del teléfono 

pero no siempre la caricia, el susurro, 

o la intermitencia de los abrazos asidos a la tierra. 

Por eso, cuando eso pasa y no llega

ni la caricia, ni el susurro ni el abrazo

las mujeres vuelven a ser niñas

que, por vértigo, no quieren trepar los árboles

de sus parques predilectos.

(Especialmente dedicado a Carmen, una mujer inmensa e incontenible)

Ilustración de Elizabeth Rodríguez Checa

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