PRIMERA PARADA
Hoy no tienes el día.
Ha sonado el despertador con el nuevo tono de alarma que seleccionaste la noche anterior. Ring Bell, con la leve convicción de que así empezarías tu nueva vida. Un gesto iniciático. Timbre nuevo, vida nueva.
Apenas has podido reconocerlo y entre horas de sueño intermitente lo has tenido como banda sonora de fondo. Un ring clásico e impersonal se ha instalado en tu oreja y la áspera resaca del sonámbulo es lo que te ha puesto en pie. No tienes conciencia de cómo has llegado allí, pero te encuentras puntual en tu vagón, revisando los billetes de los viajeros. ¿Su título, por favor? Siempre te ha hecho gracia ese término que etiqueta desde lo absurdo un simple billete de tren. ¿Quién titula o promociona? A los viajeros les importa un bledo cómo se le llame a su documentación en regla.
Apenas han pasado quince minutos y nada que reseñar. Todos te muestran sus títulos con un gesto repetido. Una incipiente mueca queda desdibujada tras una sonrisa que te exaspera. Nunca terminan de sonreír .
Nueva apertura de puertas. Bajada de viajeros y subida de otra partida. Tu cabeza baja acompasa el traqueteo del vagón y te sientes como los perros de plástico que en tu infancia asentían, colocados en la parte trasera del coche, a los conductores que iban detrás en caravana.
La puntera de tu zapato topa abruptamente con un tacón finísmo en una de las paradas .Tu mirada repta curiosa hacia la propietaria de aquel pie pequeño con la urgencia de pedir disculpas, cuando de repente y frente a aquellos ojos, rompes a llorar.
SEGUNDA PARADA
Te lo juro, Paloma, el revisor, el jovencito, el simpático, no veas cómo lloraba mientras picaba los billetes. Hipaba, hija, como si no hubiera un mañana. Allí estábamos todos que no sabíamos qué hacer. Mira que hasta una señora con la pierna escayolada se levantó del asiento para cedérdeselo. Y yo, con ganas de decirle, muchacho, que no merece la pena llorar por nada. Que si quería penas gordas yo le contaba las mías y sanseacabó. Pero con tanta angustia lloraba el muchacho que a mí solo me salió darle un pañuelo usado. Hija, los nervios. Hasta lo cogió el pobre para sonarse. ¡Qué vergüenza! Yo que llevo siempre un paquete nuevo en el bolso. Mira, para que veas que no te engaño ¡Qué debió de pensar la gente!
TERCERA PARADA
No quise bajarme en Embajadores y esperé a la siguiente. Después dejé pasar una más, y otra, y otra. Así hasta que perdí la cuenta de las estaciones. Nunca tengo prisa porque por muy tarde que me levante siempre llego el primero a todos los sitios. Pocas veces tengo la oportunidad de sentarme al lado de una chica tan joven , tan perfumada, tan guapa. Porque las guapas suelen evitar sentarse junto a los viejos y si no tienen otro asiento se pasan todo el camino mirándote de reojo. Se creen que porque las miremos se les va a pegar algo. Por eso, aproveché el trayecto a su lado hasta que llegó su parada y yo me bajé dos paradas después. Porque aquella joven era distinta. Con una voz de pajarillo me dio los buenos días. Al sonreír, sus labios finos me dejaron ver su dentadura perfecta y blanquísima como la nieve. Después cerró los ojos y se echó a dormir. Yo iba como atontado mirándola cuando en un vaivén del tren, el chico de los billetes la debió de pisar y ella se sobresaltó. Fue entonces cuando abrió sus dos ojos aguamarina, los más verdes que yo haya visto en mi vida ¡Cómo serían de verdes que el chico se echó a llorar, como un niño, por tanta belleza!
