A tientas

He dejado correr el agua que hace vibrar la porcelana y va dejando una estela metálica. A tientas llego arrastrando los pies hasta la orilla de la bañera y mis manos se anticipan para no topar con la pared o algún  objeto no memorizado previamente. Meto una bajo el chorro tibio para comprobar que la temperatura es la idónea y me entretengo en hacer bailar mis dedos mientras el agua los cubre en una caricia agradable. Me transporta al juego que de niño era la antesala de un baño reparador. Asciendo hasta agarrar con fuerza el cuello del grifo para dar por concluido el recuerdo y regresar a mi tarea. Siento la humedad metálica y fina del acero tibio y dudo si reptar hasta su extremo y bloquear la salida del  agua que,  intuyo, está a punto de comenzar a descender.  

Localizo los utensilios indispensables para iniciar el rito. Barro con la palma de la mano el borde biselado de la bañera y me complace sentirlos allí, en el mismo sitio donde los dejé ayer. Tan obedientes. El bote de gel compartiendo espacio con la esponja que noto hinchada en su centro,  por una mezcla inexacta de agua y jabón de la noche anterior. Mi nariz atrae el perfume  a talco. La cojo y tanto la acerco a  mis labios que puedo degustar una pequeña porción de la mezcla ácida. Hundo mi mano hasta dar con el taponcillo de silicona . Me cercioro de su fijeza  y lo devuelvo a la superficie. Lo imagino ascendiendo como una ballena encadenada, traída a la superficie. 

El agua comienza a irse. Como un derviche inicia  con sutileza  su danza hacia las profundidades de la tierra. Roza y suena, girando.

Ilustración de Elizabeth Rodríguez Checa

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