El plan

Marcos intuye al anciano a lo lejos, sentado en el mismo banco como cada tarde, a la misma hora. Con la cabeza inclinada y cubierto hasta la nariz con una bufanda de cuadros, el anciano  sigue con los ojos el movimiento de su bastón y lo hace girar como si fuera un lápiz. Hace una y otra vez el mismo recorrido hasta completar un predecible circuito en la arena seca. Quizá quiera hacer un agujero por el que meter la cabeza y saber qué pasa ahí dentro de la tierra . Marcos coge la mano pequeña de su hermano y tira de ella :

-Escúchame, Víctor, si haces lo que te he dicho, lo vas a conseguir. Y tendrás lo que te he prometido.

Víctor se coloca bien las gafas y mira a lo lejos. Solo parece distinguir un bulto de lana y tela oscura encima de un banco y un bastón que oscila saliendo de él. Tarda en definir al anciano, pero por fin lo precisa y encuentra su cabeza blanca caida sobre unos hombros mínimos.

Víctor ha escuchado atentamente a su hermano desde que salieron de casa pero duda de haber retenido todas las indicaciones. En el trayecto se ha ido fijando en  lo pequeño del suelo : el resto de una colilla mojada, un trozo de papel albal, una goma de pelo. Como en los cuentos de raptores, garantizar el regreso a casa lo reconforta.

Mira, lo importante es que no te vea ni oiga llegar por detrás. Debes andar muy despacito y cuando te acerques a él, te agachas. Detrás, solo detrás. Si se da la vuelta, habrás estropeado el plan

Marcos coge la  mano de Víctor y le abre el puño cerrado. Sobre la palma le coloca una piedra ovalada que sobresale de ella, y le va cerrando los dedos, uno a uno, con un deleite parsimonioso propio de los rituales infantiles.

Víctor se echa a andar. Al principio  sus piernas no cogen fuerza porque se siente avanzar sin voluntad a unos centímetros del suelo, pero no tarda en echarse a correr con los brazos muy pegados al cuerpo. No quiere que la piedra caiga de su mano y la siente segura cerca de su estómago, casi dentro.

-¡Rápido, rápido! . Es el eco de fondo tras su respiración ronca. Corre con más fuerza hasta llegar al lugar pactado. Tiene frente a él, a unos escasos metros, una coronilla arrugada invisible desde lejos. Le llaman la atención los pliegues de carne oscura que se arremolinan  sobre un centro. Y en torno a la calva tostada, una cabellera blanca de pelo lacio y fuerte. Le viene a la cabeza la imagen de su abuelo y siente ganas de salir corriendo. Pero la voz de Marcos es persistente y sabe que no puede fallarle.

Mira atrás antes de cumplir con lo acordado y reconoce a su hermano entre una bandada de chicos que atraviesan el parque. Ve cómo Marcos agita las manos con fuerza, acompasándolas con un gesto muy suyo : – ¡O ahora o nunca! 

Víctor despega la mano derecha y con toda la fuerza de la que siente capaz arroja la piedra sobre la cabeza del anciano. La piel arrugada cruje y Víctor rompe a llorar al ver cómo empieza a teñirse el pelo blanco del anciano.

Ilustración de Elisa Rodríguez Checa

El vuelo sin motor by Fátima Rodríguez Checa is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional License.
Creado a partir de la obra en https://elvuelosinmotor.com/.

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