Querido hermano,
Últimamente no dejan de traernos rumores sobre cómo fuisteis fusilados de madrugada en el monte de La Pedraja. Tú y cientos de compañeros más. Nos van dando detalles de cómo os llevaron allí, hacinados como ganado en un camión desde la capital.Nos dicen que no os dieron agua en todo el trayecto y que cuando os pillaron en el monte como conejos estábais mojados y ateridos por el frío de la sierra de Madrid y que desde vuestras madrigueras os metieron en fila india en los camiones de la muerte.
Hermano, yo les digo que hay que esperar y que yo tengo un algo dentro que me dice que sigues vivo,luchando en el bando que te corresponde. Pero cuando cae la noche y madre echa el cerrojo y nos quedamos solas en la cocina, una frente a otra sin saber qué decirnos, nos da por hurgar en el pan y cada una con su mendrugo, va haciendo un túnel por el que nos encontramos los dedos.
La foto de padre sigue en el mismo sitio. Colgada con el último clavo que le pusiste porque siempre terminaba cayéndose. Este parece que quisiera salirse y meterse como una bala entre los ojos de las dos cuando nos paramos a mirarle. Ya sabes que padre siempre tuvo esa mala sangre y cuando creía que lo mirábamos demasiado se liaba a llamarnos hijas de mala madre o rameras. A nosotras solo nos entraban ganas de reír y de correr la cocina en círculos mientras nos perseguía con el cinturón bien cogido por la hebilla, a ver si nos alcanzaba.
Parece que a los vecinos les gusta saber que estamos solas y que nos da el miedo. Creo que es por eso por lo que siempre vienen con los rumores cuando más silencio hay en la noche, porque saben que aún no nos hemos acostado. Cada vez dormimos más tarde, haciendo tiempo . Vienen con nombres y apellidos de los que creen que han caído.Nosotras ,al principio, por miedo a que se nos pasara el tuyo, empezamos a escribirlos en los trozos de papel con el que envolvemos las migas del pan que caen en el hule y ahora, porque nos entretiene.
Francisco Recio Galeote
Vidal Pena Arias
Jairo Arce Aguilar
Pascual Sierra Rojas
Benito Calderón Rebollo
A ninguno ponemos cara pero hacemos como si los conociéramos.Es cuando me entra el miedo .Busco entre mis pechos, hundido, el pequeño crucifijo que aún sigue destiñendo cuando sudo ¿Lo recuerdas? el mismo con el que la abuela quiso morirse , bien cogido a él, y el que le pintó la mano de verde, como a mí los pechos. Hurgo buscándolo entre ellos y me topo con el pie duro de Cristo. Tiro de él con fuerza hasta sacarlo. Es como si lo viera nacer de mí.Lo beso y le regaño como si fuera el hijo que no tengo por haberme hecho pasar un mal rato.Y voy y pongo otro nombre, el tuyo, y en voz muy bajita digo :
Escobar Pineda García, o regresas esta noche o yo no sé qué te hago.
