De ocho a ocho

Reconozco su voz en el descansillo. Vocea como si estuviera sola, siempre la misma canción : – ¡ Eres un ser completamente insoportable, no sé quién puede aguantarte! Portazo y apagón. La luz de emergencia es el único rastro de que ha habido movimiento . Luego, nada. 

Es tan incómodo ver solo a la mitad que en ocasiones me invade una sensación de claustrofobia y me lanzo a buscar la salida. Solo encuentro un pequeño respiradero, un huequito por el que entra algo de aire que devuelvo al exterior por el mismo sitio por el que ha entrado. Mantengo el pensamiento frío y controlo la situación. Es solo cuestión de horas. En cuanto suba el nuevo a recoger las bolsas de basura empieza la cuenta atrás. Unos quince o veinte minutos y estaré fuera del agujero. Dejaré entonces de hacer de mirón.

He de reconocer que hasta hace unos meses me divertía esto de completar escenas. Que tener una visión tan parcial de los acontecimientos sacaba de mí una parte que desconocía, algo perturbada y diría, enferma. Ver solo mitades de rostro, fragmentos de cuerpos y voces con quien emparejar era una experiencia retadora para mis largas horas de tedio. Hasta que se mudó ella al piso de enfrente, a unos pocos pasos de mí pero inmensamente lejana. 

Sé que la llaman Jeno, que viste colores oscuros y casi siempre tacones imposibles  que advierten de su presencia a cualquier hora del día y que parece cambiar de perfume sin razón aparente. Su rostro es el que he compuesto después de muchos meses  a fuerza de escudriñar fragmentos de su cuerpo pequeño y de sus rasgos difusos. La dieño haciendo un ejercicio cubista con el resultado de una única señorita.

No me importa nada el vecindario restante. Solo dos puertas más. La contigua es donde han hecho su madriguera una pareja de ancianos predecibles que solo se dejan ver  para hacer la fotosíntesis ( nunca si hace frío) y un soltero que sale antes de la ocho y regresa doce horas más tarde. De lunes a viernes exceptuando fines de semana. Los sábados y domingos soy yo el que altero mi rutina y pierdo gran parte de  la tensión documental acumulada durante días. Una pena. Pienso.

Jeno tiene la horrible costumbre de hablar como si nadie estuviera cerca. Debe de sentirse acordonada por paredes de metacrilato. Una vez que cierra su puerta  se prodiga en el aire y vocifera un hosco adiós a su invisible compañera de piso. Es en ese momento en que veo caer parte de su rubia melena teñida sobre un hombro oscilante. Un minúsculo fragmento de lo que parece un bolso se deja ocultar sobre el pelo lacio y limpio.  Jeno es vulgar, una mujer mediocre a la que imagino eternamente melancólica, vehemente e impostada pero también es la única persona capaz de hacerme olvidar por segundos que vivo a merced de una mano que me dirige :

 Arriba

Abajo

Giro derecha

Giro izquierda

Salgo para comenzar a ver el mundo en su versión más nítida pero en continuo movimiento. No tengo instantes para beber la luz al completo y tardo en acostumbrarme a ella.

Jeno, los ancianos predecibles y el soltero metódico desaparecen. Súbitamente olvido que de ocho a ocho, como el soltero, soy una llave manida sin poder de decisión.

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