1,2,3 

4,5,6

7,8,9

Ahora no puedo dejar de contar cabras. Mi terapeuta me lo  recomendó en uno de sus arrebatos de diagnosis irrefutable hace ya un par de años y ahora me veo atrapado en un círculo de cabras que todos parecen comprender.

Comencé contando una decena antes de irme a dormir para conciliar el sueño y ahuyentar esos pensamientos negativos antes de acariciar el REM pero no tardé en incluirlas en mi discurso. Primero fueron apareciendo de dos en dos, entre un sujeto y un clarísimo predicado para luego hacerse presentes súbitamente entre  un determinante y un sustantivo o un adjetivo y un verbo. Tanta fuerza adquirió mi contabilidad que desde entonces siempre aparecen ellas, juguetonas, en mi discurso. Solo el monólogo interior es capaz de despistarlas.

Pero el problema no lo advierto en este hábito emergente sino en que lo que al principio podía llegar a imprimirme carácter en reuniones familiares, en entrevistas de trabajo o  en cenas de empresa se ha ido transformando en motivo de discusiones muy acaloradas. Las palabras han ido desapareciendo progresivamente y los números diseminados campan a sus anchas entre nosotros.

Mi primo me pregunta 1 y yo le contesto 2. Hasta ahí parece que podríamos llegar a comprendernos pero el problema llega cuando mi jefe pide de mí un poderoso 1200 pero yo solo doy para un ínfimo 43.En el supermercado, en el dentista o buscando esa calle cuyo número se confunde con dos decenas antepuestas hasta formar un inexistente 1023 :

-¿ 23, 11, 18?

-7, 7…

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